¿Hasta cuándo, oh Señor?

 
 

¿Hasta cuándo, oh Señor? ¿Me olvidarás para siempre?
¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro?
¿Hasta cuándo he de tomar consejo en mi alma,
teniendo pesar en mi corazón todo el día?
¿Hasta cuándo mi enemigo se enaltecerá sobre mí?

Salmos 13:1, 2.

Las palabras que abren este Salmo fueron el clamor de mi alma durante un muy difícil año.

Comenzó con el diagnósitco de cáncer de un miembro de la familia muy cercano, y se hizo peor con el fallecimiento de mi abuelo. Me contagié de COVID, desarrollé neumonía, y estuve severamente enferma por meses. Mientras todavía me estaba recuperando, mis padres fueron hospitalizados de COVID. Se recuperaron, pero en ese momento fue aterrador.

Apenas empezaba a recuperarme de este embate cuando un amigo de mucho tiempo y mentor falleció, seguido por las horrendas noticias de que el niño pequeño de mi ex estudiante de ESL había sido embestido por un coche que se dio a la fuga, y había muerto en los brazos de su madre.

El dolor y el impacto de todos estos eventos me dejó desconcertada. No sabía que la vida podía doler tanto. Le pregunté a Dios cuál era el punto de todo este dolor. ¿Por qué Él había permitido que todas estas cosas terribles me sucedieran a mí y a las peronas que amaba?

El Salmo 13 fue escrito por el rey David, una de las figuras más famosas de la Biblia. David tenía una relación cercana con Dios. El Señor había escogido a David para gobernar Israel e hizo un pacto con él[1].

Y aun así David escribió:

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor?
Dios mío, de día clamo y no respondes;
y de noche, pero no hay para mí reposo.

Salmos 22:1, 2

A pesar de ser un hombre conforme al corazón de Dios, David experimentó gran sufrimiento. Pasó una larga parte de su vida huyendo de hombres que querían matarlo. Perdió amigos e hijos. Fue traicionado y burlado por personas que él amaba.

Me impacta cómo muchos personajes bíblicos como David fueron amados por Dios, y aun así sufrieron inmensamente. José, Elías, y Jeremías sirvieron a Dios fielmente, pero como muchos seguidores devotos de Dios fueron aprisionados, cazados, o rechazados por su pueblo.

La madre de Jesús, María, fue llamada bendita entre las mujeres (Lucas 1:42). Pero en la circunsición de Jesús, Simeón le advirtió que una espada traspasará aun tu propia alma (Lucas 2:35).

María fue probablemente avergonzada por su comunidad por su embarazo antes del matrimonio y por su supuesta infidelidad a José. Años después ella vió a su primogénito, desnudo y envilezido, morir lentamente en una cruz. La espada que atravesó su alma realmente era filosa.

Dios le dijo a Jesús, “Este es mi Hijo amado, en quien tengo contentamiento” (Mateo 3:17). Pero él permitió que Su Hijo sufriera más que ningún otro ser humano en la historia. Jesús no sólo murió por crucificción (una de los métodos de ejecución concebidos más crueles), Él también soportó todo el embate de la ira de Dios.

Todos sabemos que el sufrimiento es una consecuencia de la Caída[2]. Ser un hijo de Dios no nos da un pase libre del dolor. De hecho, la Biblia nos deja claro que los creyentes deben contar con que habrá pruebas y tribulación[3]. En todo caso, identificarnos con Jesús incrementa nuestra capacidad para el sufrimiento. Mientras Dios reblandece nuestros corazones e incrementa nuestro entendimiento de la santidad, el dolor y el mal en el mundo sólo lastimarán más.

¿Cómo sobrevivimos al dolor en este mundo con nuestra fe intacta?

Durante aquel año difícil, verdades acerca del carácter de Dios me mantuvieron firme. Él hace que todas las cosas nos ayuden a bien (Romanos 8:28); Sus caminos no son mis caminos (Isaías 55:8); Él tiene un propósito para lo que hace y para lo que no permite. Aun cuando parecía estar en silencio, Dios estaba oyendo mi clamor por ayuda. Él contaba mis huídas; ponía mis lágrimas en una redoma (Salmos 56:8).

En algún punto, se me ocurrió que mi sufrimiento era un camino que Él ya había transitado. Jesús lloró cuando su amigo Lázaro murió (Juan 11:35). Él sintió aprehensión por el sufrimiento físico, rogándole al Padre encontrar otra manera de conseguir la salvación (Lucas 22:42). En la hora de Su mayor necesidad, se sintió abandonado, clamando: “Padre mío, Padre mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27:46).

El escritor de Hebreos dice “… Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna (4:15, 16).

Los discípulos de Jesús no entendieron lo que Él estaba haciendo a través de Su terrible muerte. De la misma manera, raras veces nosotros entendemos el propósito de Dios mientras estamos sufriendo, pero tenemos estas palabras de ánimo:

Palabra fiel es esta:

Que si morimos con Él, también viviremos con Él;
si perseveramos, también reinaremos con Él;
si le negamos, Él también nos negará;
si somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo (2 Timoteo 2:11-13).

Habiendo sufrido pérdida tras pérdida, David escribió el Salmo 13:1, 2. Pero también escribió los versículos 5 y 6:

Mas yo en tu misericordia he confiado;
mi corazón se regocijará en tu salvación.
Cantaré al Señor,
porque me ha colmado de bienes.

Dios es confinable. Dios es bueno. Lo que sea que estés sufriendo, aférrate a estas verdades.

Escrito por Miriam, Asistente de Comunicaciones de Life in Messiah.


  1. ¿Cuál es el clamor de tu alma en este momento? Díselo a Dios. Él está escuchando.

  2. ¿Cómo te puedes identificar con Jesús en tu dolor?

  3. ¿Tienes miedo de admitir cualquier duda o sentimiento de abandono que puedas estar experimentando por tu sufrimiento? Llévaselos a Dios. Pídele que sostenga tu fe y te ayude a perseverar.

  4. ¿Has aceptado al Mesías? Él sufrió dolores inimaginables para asegurar el perdón y la vida eterna para ti. Si crees en Él, pasarás la eternidad en la presencia de Dios. ¿Estás listo para creer?


  1. El pacto Davídico se encuentra en 2 Samuel 7, donde Dios le promete a David que uno de su descendencia reinará por siempre.

  2. Génesis 3:16-19 detalla algunas de las consecuencias de la desobediencia de nuestros primeros padres. Ve también Romanos 5:13; 8:22.

  3. Ve Juan 16:33 y 2 Timoteo 3:13, por ejemplo.

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