Me hallaba muy consternada al ver las lágrimas brotar de los ojos de Laura* (lágrimas provocadas sin mala intención por mis palabras).

Laura había venido a mi dormitorio esperando encontrar a mi compañera de cuarto, pero al no encontrarla, se quedó conmigo conversando. Laura pertenecía a una clase mayor a la mía y al coro de nuestra universidad, al cual recientemente me había unido. No nos conocíamos muy bien, pero siempre disfrutábamos nuestras interacciones y yo apreciaba su irónico sentido del humor.

Nuestra conversación se tornó seria cuando Laura trajo el tema de la gira que el coro había hecho el año pasado por Polonia y Alemania. Entre algunas presentaciones el coro había visitado Auschwitz, el infame campo de concentración. Laura me explicaba que, como judía, esta visita había sido especialmente significativa (y difícil) para ella.

Como yo era nueva integrante del coro, no había estado en esa gira del año pasado. “Siempre he querido ir a Auschwitz”, le dije con envidia, “¡Sería algo fascinante!”.

Fue en ese momento que las lágrimas brotaron de sus ojos. Amablemente Laura me dijo que estaba viendo Auschwitz y el Holocausto con la perspectiva equivocada. Particularmente una frase que me impactó fue:

“Ellos son mi pueblo”.

Estoy agradecida de que Laura no me rechazó ahí y en ese momento. Quedamos en buenos términos, todavía compartiendo bromas y risas durante los ensayos, hasta que el COVID- 19 provocó que nuestra escuela se fuera a clases remotas desde la mitad del último semestre de Laura. No la he vuelto a ver desde entonces, pero sus palabras siguen grabadas en mi mente.

Mi pueblo. (mi gente)

Yo no tenía idea de lo que significa ser un pueblo. Si bien mi abuela creció en un hogar en que se hablaba alemán, como hija de inmigrantes, yo no tenía una identidad alemana. Tampoco me identifico con la gente de Gales, pese a que puedo trazar mi ascendencia paterna a través de siglos de impronunciables apellidos galeses. 

Sospecho que muchos americanos se pueden sentir identificados conmigo. A pesar de la habilidad de poder trazar nuestra ascendencia mediante pruebas de ADN e investigaciones, sin el lenguaje, cultura y costumbres de nuestros antepasados, perdemos concepción con ellos. Nuestra cultura individualista nos impulsa a perseguir nuestros propios sueños tomando poca referencia de nuestra familia en el pasado, presente y futuro. Si bien este no es el caso de todos.

Aquella tarde en mi dormitorio el concepto de pueblo (o gente) fue nuevo para mí. No podía comprender por qué los sufrimientos de personas en diferente tiempo y lugar afectaban a Laura tan profundamente. Si bien entendía el espeluznante horror del Holocausto, esos terribles eventos (como el desastre de Pompeya) me parecían remotos e impersonales. Laura, con su acento de Wisconsin, me parecía tan lejana a Auschwitz como yo misma me consideraba. Y aún así ella decía “Mi pueblo”

Durante los siguientes años yo reflexionaría sobre esa conversación, sin disminuir lo perpleja que me había dejado la respuesta de Laura. No fue sino hasta mi tercer año en la universidad cuando comencé a comprender (y eso fue gracias a mi compañera de cuarto Hmong- americana, Joy*).

A pesar de nuestros ocupados horarios, Joy y yo encontrábamos tiempo para relacionarnos y aprender del contexto de la una de la otra. Joy era nieta de refugiados Hmong quienes, junto con miles de su gente, habían huido de Laos para escapar de las fuerzas comunistas que buscaban venganza contra ellos por haber ayudado al ejército norteamericano durante la Guerra de Vietnam. Muchos de esos refugiados eventualmente emigraron a los Estados Unidos, los abuelos de Joy entre ellos.

Habiendo crecido en una comunidad Hmong- americana muy unida, Joy mostraba el mismo sentido de pueblo tan fuerte como lo había hecho Laura. El pueblo de Joy no sólo compartía una etnia; compartían un sentido de obligación mutua, necesidad colectiva, y mismo destino. Cuando la gimnasta Hmong Sunisa Lee ganó el oro en los Juegos Olímpicos de Tokyo, no fue sólo su familia inmediata la que celebró su victoria. Toda la comunidad Hmong- americana (incluyendo a mi amiga Joy) se gozaron por el éxito de uno de los suyos.

¿Era tan descabellado entonces que Laura aún cargara con el peso de una atrocidad que asesinó a millones de los suyos?

En Génesis 12 Dios le dijo al antepasado distante de Laura, Abraham, lo siguiente:

     Haré de ti una nación grande,

     y te bendeciré,

     y engrandeceré tu nombre,

     y serás bendición.

     Bendeciré a los que te bendigan,

     y al que te maldiga, maldeciré.

     Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra (v. 2, 3).

Esas palabras son para Laura tanto como lo fueron para Abraham. La Escritura demuestra que Dios ama al pueblo judío tanto colectiva como individualmente. Reconociendo esto, cobra sentido para mí que Laura amara a su pueblo de la misma manera.

Pero, ¿en dónde nos deja a los creyentes gentiles como yo? ¿Tenemos alguna razón para identificarnos con la aflicción de Laura por su pueblo?

¿Te diste cuenta de lo que dice el último enunciado de Génesis 12:3? “Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra”. La promesa multi- generacional de Dios hecha a Abraham contiene una promesa hecha a los gentiles también. El apóstol Pablo se refiere a ella en Gálatas 3:7- 9:

“Por consiguiente, sabed que los que son de fe, estos son hijos de Abraham. Y la Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, anunció de antemano las buenas nuevas a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. Así que, los que son de fe son bendecidos con Abraham, el creyente”.

Desde el principio Dios planeó incluir a los gentiles dentro de las bendiciones espirituales de Su pacto con Abraham a través de la sangre de Jesús. Gálatas 3:29 nos dice que aquellos que pertenecen a Jesús son considerados herederos de Abraham. Si creer en el Mesías nos hace herederos espirituales de Abraham, entonces los sufrimientos de los descendientes genealógicos de Abraham deberían de ser algo muy personal para nosotros.

Una de las muchas razones por las que yo en el primer año de universidad estaba equivocada respecto a cómo veía el Holocausto, ésta es la más significativa: la sangre del Mesías judío Jesús vincula mis preocupaciones con aquellas del pueblo judío. 

Laura veía a Auschwitz y decía: “Ellos son mi pueblo”. Los creyentes gentiles pueden ver a Auschwitz y decir: “Ellos son el pueblo de mi Padre Celestial”.

Una maravillosa oración de aquí en adelante sería: “Padre Celestial, ¿cómo puedo ser de bendición para alguna persona judía el día de hoy?”.

Escrito por Miriam, Asistente de Comunicaciones de LIFE.


  1. ¿Cómo quisiera Dios que bendijeras al pueblo judío hoy, y así poner en práctica Génesis 12:3?

  2. Si no lo has hecho, considera visitar un museo del Holocausto o Memorial para obtener un mejor entendimiento de los horrores que ha vivido el pueblo de Dios a lo largo de la historia.

  3. ¿Dónde estaría Jesús de haber vivido bajo el régimen Nazi durante el Holocausto? Como un varón judío, Él habría sido acorralado y enviado a un campo de concentración.


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