Shemá es la palabra hebrea para “escuchar” u “oír”. Es la primera palabra y también el nombre de una oración que es recitada cada mañana y noche por la comunidad judía religiosa.

Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es” (Shema Yisrael Adonai Eloheinu Adonai ehad) (Deuteronomio 6:4)[1]

Esta oración es una delcaración de fe personal en Dios y es dicha volteando en dirección a Jerusalén y con los ojos cubiertos.

Pero la palabra Shemá tiene más peso en su lenguaje original. No es como nuestra palabra en español oír o escuchar. A veces podemos oír algo sin ninguna intención de escucharlo. Son tan sólo ondas de sonido entrando a nuestro tímpano. Pero Shemá es un llamado a poner atención con la intención de responder… escuchar para obedecer.

A todo padre le gustaría que sus hijos shemá cuando les están dando su lista de quehaceres para el día. Más que meramente oír instrucciones, es seguirlas y hacer lo que se pide de ellos.

Un ejemplo viviente de esta palabra, shemá, está en la vida de María de Betania. Su presencia aparece tres veces en la narrativa bíblica - cada una a los pies del Salvador.

Primero, en Lucas 10:38-42, vemos a María sentada a los pies de Jesús escuchando continuamente Su enseñanza. Su hermana Marta estaba molesta de que ella tomara esta postura en lugar de atender a su lista de cosas “por hacer”. María escogió shemá las palabras del Mesías. Escuchando atentamente con la intención de obedecerlo. Jesús defiende la desición de María y no permitirá que se la quiten. Ella es invitada como una igual a la mesa de aprendizaje de los discípulos donde había continuamente un banquete.

Segundo, en Juan 11:1-45 vemos a María a los pies de Jesús cuando Él resucita a Lázaro, el hermano de María, de los muertos. María tuvo un asiento de primera fila en la muerte de su amado hermano. En tiempos bíblicos la familia prepararía el cuerpo para el entierro. Ellos lavarían, ungirían, y envolverían el cuerpo en lino mientras recitaban oraciones. Jesús retrasa Su llegada con la familia que ama con el propósito de que la gloria de Dios sea revelada (versículo 5). La Escritura nos dice que cuando Él vino, María cayó a Sus pies (versículo 32) y derramó su desenfrenada pena y decepción.

Jesús la escucha y actúa con increíble emoción ante su aflicción. Lázaro es resucitado en su misma presencia. Los ropajes mortuorios con que lo habían envuelto cuidadosamente con profunda pena tan sólo unos días antes estaban siendo ahora desenvueltos en gozosa victoria sobre la tumba. Jesús encarnaba el shemá para aquellos que amaba.

Finalmente, en Juan 12:1-11[2] María se encuentra a los pies de Jesús, esta vez con un frasco de alabastro de nardo. Este perfume de color rojo/ámbar oscuro costaba un año de sueldo, y algunos argumentarían que esto podría haber sido la dote de esta jovencita. Ella era un testigo de la identidad mesiánica de Jesús. Él era el Dios Viviente encarnado y ella lo reconoció. Ella rompió el frasco y ungió Su cabeza y pies con el costoso perfume. La Escritura nos dice de su humilde acción de usar su Cabello para aplicar el aceite a Sus pies.

Esta acción muestra que María no sólo oía las enseñanzas de Jesús sino las internalizaba. Ella se postra para derramar su devoción al Hijo de Dios. Jesús defiende sus acciones de discípulos airados y declara que su adoración será contada en su honor donde quiera que el evangelio sea predicado.

El aroma terrenal perfumado de nardo llenó el cuarto, recordándole a todos su costo y preparando el cuerpo del Mesías para la sepultura. Todos los que abrazaran o se encontraran a Jesús esa última semana de Su vida habrían respirado el aroma del aceite ungido. Éste habría permanecido en su piel y vestiduras por días luego del encuentro.

La fragancia permanecería en aquellos que gritaron “Hosana” y que arrojaron sus mantos mientras Él caminaba sobre cada uno. Y aquellos que clavaron Sus pies perfumados al madero se encontrarían con el aroma también.

La vida de María epitomizaba el concepto de shemá. Ella lo escuchaba. Él la escuchaba y luego ella actuaba en amorosa devoción.

María oyó las enseñanzas de Jesús y les permitió entrar profundamente en su corazón donde transformaron su vida. A cambio, su historia de devoción es registrada en la historia como la que ungió a Jesús antes de Su sacrificio por los pecados del mundo.

¡Oh, el gozo que debió haber sentido cuando Él conquistó la muerte al levantarse de la tumba! Había encontrado al viviente Verbo de Dios, Jesús el Mesías.

La oración de Shemá pronunciada de sus labios tomaría una nueva profundidad de gozo a la luz de lo que ella había atestiguado en su vida:

Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y diligentemente las enseñarás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Y las atarás como una señal a tu mano, y serán por insignias entre tus ojos. Y las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas (Deuteronomio 6:4-9)[3].

Escrito por Kori, staff de Life in Messiah


  1. ¿Por qué piensas que el shemá se volvió la oración más recitada del Judaísmo?

  2. “¿Qué voz estoy escuchando?” es un buen filtro diagnóstico para los pensamientos que llenan nuestra cabeza diariamente. ¿Qué tan apto estás para distinguir entre la instrucción del Espíritu, las tentaciones del Enemigo, y tus propios deseos carnales?

  3. ¿Cuán importante es la Palabra de Dios en tu experiencia de escuchar del Cielo?


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